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Foto del escritorLucas Arango

La arquitectura de la felicidad y la decadencia del habitar.

A lo largo de la historia, la felicidad ha sido un factor de suma importancia para los humanos. Si nos vamos atrás en el tiempo, encontraremos una gran variedad de definiciones de felicidad. Platón la define como aquella que sólo alcanzan los morales, los que entienden los valores cardinales, en particular la justicia. Para la escuela cínica era lo que alcanzábamos con entrenamiento riguroso, eliminando los deseos convencionales, prefiriendo así una vida más simple. Los estoicos la definen como la virtud, una vida a “full potencial”, el estar realizado. Más adelante, con el cristianismo, las definiciones cambian y empiezan a buscar su significado en Dios, en el amor. Seguimos buscando definiciones y encontramos algunas similitudes como una finalidad, darle “meaning” a la vida, pongo el ejemplo de Schopenhauer, la felicidad no es un fin sino es el camino que recorremos al buscar cumplir un deseo, que cuando se cumple abre la puerta a otro deseo y nos tiene en una constante evolución. “Meaning”. Aparecen unas definiciones como la del utilitarista Bentham que dice que la felicidad es la experiencia del placer sin dolor. En este ensayo haremos especial énfasis en las últimas dos, sin embargo, antes de profundizar en este tema veremos qué afectación ha tenido esto en la arquitectura.


Pondré cuatro casos, en dos de ellos veremos la estrecha relación que puede tener este concepto con la diciplina, en los otros, veremos su contraposición. El primer caso en el que puedo pensar son los egipcios, una de las civilizaciones más icónicas de nuestra historia. Los egipcios tenían una especial preocupación por la tierra y por la muerte, en específico por su creencia en la vida después de la muerte. Su arquitectura era una forma de representar sus creencias, mediante esta, cuentan la relación que tenían con la tierra y los dioses. Era una especie de felicidad creada en la tierra y llevada para seguir después de la muerte. El segundo caso sería el de la búsqueda en la felicidad en Dios. En este encontramos una gran variedad de ejemplos y todos con visiones diferentes, unos buscando venerar a Dios y otros intentando llegar a Él (¿loco no?). Sin embargo, para este caso me quedaré con la definición general que nos da el estadounidense historiador religioso Richard Kieckhefer, en la que sugiere que un edificio religioso es una metáfora de una relación espiritual, sugiere que el espacio sacro puede ser analizado mediante tres factores que afectan el proceso espiritual: el espacio longitudinal que enfatiza la procesión, el espacio de auditorio que sugiere la proclamación y, finalmente, unas nuevas formas de espacio comunal con una escala pequeña con la que se logra una atmósfera de intimidad en la oración. Con estos dos referentes podemos ver que la arquitectura, al menos en dos épocas o visiones de la humanidad, le ha importado a alguien más que solo a los arquitectos. Ahora, pasemos a su contraposición. Para este punto podría citar un considerable número de pensadores que desdeñan cualquier interés por la belleza y el diseño. Me quedaré con dos. El primero sería el filósofo griego, perteneciente al estoicismo, Epicteto, quién le pregunta a uno de sus amigos (tras habérsele quemado su casa) ‘si realmente entiendes lo que gobierna el universo, ¿cómo puedes tú anhelar pedazos de piedra y roca bonita?’. El segundo caso es, cuenta la leyenda, el de la ermitaña cristiana Alejandra, quien tras haber oído la voz de Dios, vende su casa y decide encerrarse en una tumba para nunca ver el mundo otra vez. La austeridad ha sido una constante.





Ahora bien, volviendo a la idea de felicidad, cabe preguntarse ¿qué es la felicidad en el Siglo XXI?. Abordaremos esta pregunta arquitectónicamente partiendo del “Der Mann ohne Verwandtschaften” o “el hombre sin vínculos” en la novela de Robert Musil. ¿Qué es? o ¿Quién es dicho “hombre sin vínculos”? Zygmunt Bauman lo explica como “el habitante de nuestra moderna sociedad líquida”. Ahora ¿qué <<nos>> caracteriza? No tenemos vínculos fijos y estables, no tenemos vínculos inquebrantables (a diferencia de nuestros abuelos debido a que nos hemos criado en la era de la técnica, técnica que nos excede y nos aísla), somos, cito (Bauman lo escribe en tercera persona, para el caso del texto yo lo veo en primera persona): “Desesperados por <<relacionarse>>. Sin embargo, desconfían todo el tiempo de <<estar relacionados>>”, por lo que los vínculos son, con la analogía de Bauman, unos lazos que amarramos, pero no muy bien porque en caso de un cambio o de que algo falle, debemos ser capaces de desanudarlos fácilmente. Explico el caso de la modernidad líquida con el famoso fallo de la urbanización de Pruitt-Igoe. Un desarrollo inmobiliario de vivienda de interés social de treinta y tres edificios, cada uno con once pisos de altura ubicado en el norte de San Luis, Missouri. El proyecto debía poner en práctica los planteamientos modernos de Le Corbusier, sin embargo, falló en el intento, ¿o no? A pesar de lo romántico del proyecto de generar tal cantidad de vivienda para gente con un nivel socioeconómico no muy alto, fue un gran fallo. Desde mi punto de vista, la arquitectura que concibió fueron los postulados de la sociedad líquida, hechos arquitectura. Primero “Mundo de rampante <<individualización>>”. Uno de los grandes errores de diseño cometidos en este complejo fue el no entendimiento del habitar y de las relaciones humanas. El proyecto, por la cantidad de edificios que tenía, suponía una gran cantidad de entradas para poder acceder a los diferentes edificios, el problema no eran las entradas, era su disposición espacial y su relación con el habitante. El fallo cometido en esta parte fue empezar a separar las entradas para hacer de las viviendas algo más privado, dificultando el encuentro entre las personas que habitaban los edificios e impidiendo la relación y posterior generación de comunidad. Segundo, como producto del primer fallo y visión errónea del habitar, aparece otra idea planteada por Bauman “…, la gente habla cada vez más de conexiones, de <<conectarse>> y de <<estar conectado>>. En vez de hablar de parejas, prefieren hablar de <<redes>>”. Las redes suenan bien, sin embargo, hay que entender que desde el nombre ya se está cometiendo un fallo, una “<<red>> representa una matriz que conecta y desconecta a la vez” en vez de forzar el encuentro entre personas, se empieza a generar un aislamiento, en el que tal vez conozco al que vive al lado mío, y al del frente, pero no se da la posibilidad de generar comunidad por la falta de espacios en común, por la individualización de los espacios y creación de espacios de nadie. (por confirmar veracidad de la siguiente información en el libro Palaces for the People: How Social Infrastructure Can Help Fight Inequality, Polarization, and the Decline of Civic Life por Eric Klinenberg (presté el libro y estoy confiando en mi memoria)) Los jardines, espacios que deberían ser apropiados por las personas, se convirtieron en espacios peligrosos ya que no le pertenecían a nadie y, como en esta sociedad tenemos la mentalidad de “si no es mío no me importa”, empezaron a decaer, y con esto generar un efecto dominó que fue afectando poco a poco en el comportamiento de las personas, de ahí la teoría de “la ventana rota” (no explica bien el fenómeno).




Ahora bien, si la finalidad es buscar la felicidad en el habitar del Siglo XXI, ¿por qué los malos ejemplos? ¿por qué ver la sociedad líquida? A pesar de que la sociedad líquida solo sea una teoría, una postura, un libro (Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos), hay una realidad creciente y es la segregación urbana y la dificultad de establecer vínculos en un mundo dominado por la tecnología, razón por la cual acudo al libro para explicar la problemática a la que la arquitectura se está enfrentando. Para hacer frente a este problema, acudiré al libro La resistencia íntima. Ensayos de una filosofía de la proximidad, del profesor español Josep Maria Esquirol. En su libro, Esquirol introduce un concepto muy interesante, la resistencia. Se empieza explicando la idea diciendo “…, sólo quien es capaz de la soledad puede estar de veras con los demás”, poniendo el ejemplo de la casa de un anacoreta en donde se encuentra la siguiente frase en la pared: “Quien va al desierto no es un desertor”. ¿Qué nos empiezan a decir estas frases? La resistencia se ve, en un instante, como el aislamiento, el hecho de ir solo a un desierto, de abandonar. No es así, con el aislamiento se da una pérdida que trae consigo sufrimiento. La resistencia es una forma de hacer frente a este mundo técnico al cual nos estamos enfrentando, “el resistente… Quiere ante todo, no perderse a sí mismo pero, de una manera muy especial, servir a los demás”. El acto de ir al desierto, en arquitectura se puede traducir como ese espacio de privacidad, de intimidad que necesitamos para poder refugiarnos “no tan solo del frío atmosférico, sino también ante el hielo metafísico”. En este punto, Esquirol plantea la pregunta “¿acaso sería posible coronar la cima de la montaña más alta sin pasar la noche en la tienda de campaña o en el refugio?”. Desmenucemos y hagamos un símil con las partes de esta pregunta. ¿qué es la montaña? Para el caso de esta investigación la montaña será la forma de habitar en el Siglo XXI, la respuesta a la segregación. Y ¿la tienda de campaña? Visto desde Esquirol, la respuesta puede ser sencilla. El cobijo, el lugar en donde nos sentimos seguros, y, como se dijo anteriormente, nos protegemos del hielo metafísico, esta vez para estar en silencio “un silencio metodológico-literalmente, ‘de un camino’- que busca <<ver>> mejor. Afinar los sentidos, básicamente abrirlos; estar en vigilia.” La concretización de ese espacio está por ver en la futura investigación, pero hay que tener en cuenta que sólo se ha visto la parte introspectiva de la teoría. Ahora, ir al desierto podría ser peligroso, puesto que la reflexión y el sueño son buenas opciones de resistencia, sin embargo, la ida al desierto podría terminar en un aislamiento si no se entiende bien, podría llevar a la alucinación y ésta “supone una degradación de la percepción que consiste en tomar por real aquello que no lo es” por lo que se hace necesario un complemento a esta ida al desierto, “¿Resistencia íntima? No hay resistencia sin modestia y generosidad.”. Como se ha visto a lo largo de las citas del texto, el resistente no es alguien que se aísla, el resistente hace un acto de alejarse para poder abrir sus sentidos, mejorar sus vínculos y hacer un acto de “defensa” ante la modernidad técnica. El resistente no está solo, no puede estarlo, por lo que, desde la arquitectura, empieza a aparecer otro tipo de espacio, esta vez no de introspección y reflexión, sino un espacio de congregación e interacción. Con esto, aparecen dos espacios fundamentales para tener una postura de “resistencia” ante lo que debería ser el habitar del Siglo XXI. Una nueva forma de entendimiento, diseño y planeación de lo “privado” y lo “colectivo”.




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